
En cada rincón del país, desde las montañas del altiplano hasta las costas del Caribe, veo a niñas y niños soñando con representar a Guatemala. En una cancha de tierra, en un gimnasio improvisado o con una pelota hecha de trapo, he visto que el deporte nace y crece con fuerza. El deporte federado no es solo competencia; es esfuerzo, es comunidad, es familia. Es una expresión viva de lo que somos como pueblo: luchadores, resilientes, apasionados.
A veces, hay deportes que se perciben como los más populares, como el fútbol, el atletismo, la natación o el baloncesto. Pero hoy, también vibramos con disciplinas que no siempre están en las portadas como el bádminton, la gimnasia artística, el tiro, el judo, el pentatlón moderno, el ciclismo o la esgrima. Todas estas disciplinas crecen y brillan gracias al esfuerzo incansable y la pasión de nuestros deportistas.
Qué orgullo se siente al ver a atletas como Mellisa Diego a sus dieciseis años, que con su disciplina y constancia nos recuerda que el compromiso empieza mucho antes de los reflectores. Su esfuerzo diario en natación inspira y confirma que el camino al alto rendimiento empieza con un «sí puedo» que nace desde el alma.
En el tiro deportivo, Guatemala ha escrito historia. Los guatemaltecos seguimos agradeciendo y admirando a Adriana Ruano, quien supo convertir una lesión en una nueva oportunidad. Su medalla de oro en los Juegos Olímpicos de París 2024, con una puntería que nos dejó sin palabras. Y a su lado, Jean Pierre Brol, con su bronce olímpico y oro en la Copa del Mundo 2025 en Buenos Aires, confirma que en Guatemala sí se apunta alto.
¿Y qué puedo decir de nuestro querido fútbol? Todavía nos late el corazón fuerte al recordar cómo la Selección Nacional nos hizo soñar despiertos en la Copa Oro 2025. Eliminar a Canadá en penales y llegar, con alma y corazón, a las semifinales por primera vez en muchos años, fue algo que nos unió como país. En ese momento, no importaba si uno era de Quiché o Petén: todos éramos Guatemala.
Y por supuesto, no puedo dejar de mencionar a Jorge Vega, un verdadero símbolo en la gimnasia. Su disciplina y entrega lo han llevado desde Escuintla hasta los Juegos Panamericanos. Él sigue siendo inspiración para cientos de niñas y niños que sueñan con volar más alto.
Valoro también a los entrenadores que madrugan sin descanso, a los atletas que entran después de estudiar o trabajar, a los padres y a las madres que aplauden desde la grada sin importar el marcador. A todas esas piezas del gran equipo llamado deporte federado. Valoro también que compartimos una creencia: creemos en el talento, en el trabajo duro, en Guatemala.
A pesar de los retos sociales y económicos, el deporte me ha demostrado —y nos demuestra a todos— que sí se puede. No con discursos vacíos, sino con hechos: con trofeos sostenidos por manos humildes, con lágrimas de felicidad en un podio, con un país entero abrazado por una misma emoción.
Desde la Vicepresidencia, lo digo con el corazón: el deporte es un camino de dignidad. Y si bien es necesario mayor infraestructura y programas; también debemos invertir en reconocimiento, en visibilidad, en cariño.
Por eso, mi llamado es a todos los ciudadanos: asistamos a competencias locales, compartamos los logros de nuestros deportistas, velemos por condiciones dignas para ellos. El deporte no debe ser un privilegio, debe ser un derecho y una oportunidad real de crecimiento para todos.
Guatemala es más que sus problemas. Yo veo un país que sueña en grande, que no se rinde, que aplaude con fuerza cuando alguien triunfa con esfuerzo. El deporte federado nos recuerda todos los días que no hay meta imposible cuando el corazón late fuerte por lo que uno ama. Sí se puede.
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